Hoy me he descargado la aplicación de un nuevo servicio de carsharing en Madrid. Me apunté hace varias semanas a su lista para que me avisaran en cuanto empezaran a funcionar. En la última entrada ya hablé de lo que podemos aprender de este tipo de servicios en lo que se refiere al trato con el cliente y estrategias de marketing, pero hoy voy a ampliar esa reflexión con esta experiencia y aprovecharé para enlazarla con un tema clave: las primeras impresiones que causamos los traductores y cómo las percibimos los revisores.
Lo primero que me encuentro nada más descargar la aplicación es una errata como una casa: “Haz clic aquí si se te ha olvidodado la contraseña”. Después de varias semanas apuntada a su lista, esperando a que lanzaran el servicio, una errata tan evidente (es lo primero que vamos a ver) me parece de empezar con muy mal pie. A continuación, entro en la sección de Registro y la pantalla se queda cargando y, después, pasa a blanco. Le doy al botón de atrás de mi móvil para volver a ver qué otras opciones hay, y, al pulsarlo, la aplicación se cierra automáticamente.
Les informo por Twitter de las dos cosas y me responden, en modo colega, que qué vista de lince tengo, guiño guiño. Para mí, este trato (de primero de Community Manager) solo es admisible si se acompaña de un servicio que, como mínimo, funcione. Si no, lo que consiguen es el efecto contrario: quedar en evidencia, subestimar al cliente y restar profesionalidad.
A continuación, me dicen que llame a X teléfono para resolver la incidencia. Whaaat? ¿Que llame a teléfono de pago para que solucionen el hecho de no poder registrarme? ¿Habiendo otros tres servicios que ofrecen lo mismo (o mejor) en Madrid? Me responden dicen que “La mayoría de tarifas móviles ofrecen llamadas gratis de móvil a móvil” y que sienten si no es mi caso. Claro que sí, chicos, el problema es mío o de mi compañía de teléfonos. Con lo fácil que habría sido decir “Danos tu número y te llamamos para ayudarte”… Y así, con solo tres tuits y un minuto de interacción con la app, se tira por tierra todo el esfuerzo (imagino que lo hay) detrás de un nuevo servicio.
¿Cómo se aplica esto a la traducción?
En un primer contacto con el cliente, debemos asegurarnos de no cometer errores garrafales que pongan en evidencia nuestra profesionalidad, esa que tanto nos hemos empeñado en asegurar que tenemos (como este carsharing, que ha creado grandes expectativas a través de su publicidad). Más vale “perder” un poco de tiempo adicional y asegurarnos de que lo que enviamos está bien, sin faltas, tiene el tono adecuado (de eso hablaré más adelante), etc. Y lo digo por experiencia propia. Hace poco, sin ir más lejos, tuve que enfrentarme a una situación bastante incómoda y fruto de un descuido mío: a una empresa nueva (donde, por suerte, se encuentra una persona que ya ha trabajado conmigo y seguro que sabe que “no doy problemas”) le envié una tarifa por hora equivocada y me vi en la disyuntiva de “apechugar” con el error o comentarle con sinceridad que había sido un error, que mi tarifa en realidad era otra (varios euros más alta de la que indiqué). Por suerte, me respondieron con total amabilidad, pero los sudores y quebraderos de cabeza que pasé al darme cuenta de mi error no me los quita nadie. ¡No hay que ser impacientes a la hora de contestar…!
Los traductores podemos cometer (y cometemos) muchos “errores” que pongan en entredicho ese “ojo al detalle” que predicamos: desde contestar a los correos demasiado rápido pidiendo ayuda sin intentarlo todo para solucionar el problema nosotros primero, hasta acusar la ausencia de un documento que, en realidad, estaba adjunto desde el primer correo del hilo de mensajes. Estoy segura de que se os ocurren muchas “cagadillas” (¡me encantaría que os animarais a comentarlas!) que nos restan credibilidad y que ocurren cuando menos deben ocurrir: en una primera interacción, cuando la primera impresión está en juego.
¿Cómo se aplica esto a la revisión?
Como trabajo también como revisora, también puedo hablar de mi experiencia con las primeras impresiones de un revisor sobre un traductor dependiendo de su forma de tomarse los cambios. Si una traducción contiene errores graves de contenido, sinsentidos, faltas de coherencia, etc., la impresión que tengo sobre la profesionalidad de esa persona cae en picado, pero, si además de una calidad más que cuestionable, la actitud es de altanería, apaga y vámonos.
Dos escenarios posibles:
- El texto está genialmente traducido y te animas a comentarle al traductor cosillas que harían el texto aún mejor. ¿Reacciones?
- “¡Gracias! Lo tendré en cuenta”, blabla…
- “No creo que sea tan importante como dices”, “También es válida mi opción”, “No me parece pertinente”…
Por muy bueno que fuera el texto y muy contenta que yo hubiera quedado (en mi mente, ya sabía a quién recurrir si algún día necesitaba echar mano de alguien de confianza), la segunda respuesta echa por tierra buena parte de esa impresión tan positiva. Ojo, no estoy diciendo que siempre haya que caer en el “Sí, bwana”. Es totalmente respetable (y recomendable, para una comunicación adecuada) que el traductor no esté de acuerdo con unos cambios, pero el tono con el que se contesta trasciende al contenido de lo que se dice. Entre nosotros, que nos comunicamos por escrito, la actitud y el tono lo son todo. La prepotencia y la arrogancia a mí, personalmente, me hacen descartar de mi baraja de “posibles” a un traductor, por bueno que sea.
- El texto tiene errores (graves o no) y se lo comentas al traductor. ¿Reacciones?
- “¡Gracias! Se me ha pasado, disculpa, lo tendré en cuenta para el futuro”, etc.
- (Respuestas reales): “Es que yo había entendido que el cliente se refería a…”, “¿Y eso de dónde te lo sacas?”, “Cada revisora me dice una cosa, aclaraos…”, “¿Dónde lo pone?”…
La segunda ristra de reacciones es larguísima y os sorprenderían las excusas y las formas de atacar que llegan a utilizar algunos traductores, que, en lugar de asumir sus errores y agachar la cabeza, se ponen gallitos. Esta actitud (como el “llama a este teléfono de pago si quieres que te ayudemos”) evidentemente, es un “No cuento contigo ni de coña” para el futuro (en el caso del carsharing, se traduce, básicamente, en no usar sus servicios sino los de la competencia, casi nada). Se puede decir lo mismo de muchas formas: sin ir más lejos, ese “dónde lo pone” o “de dónde te lo sacas” podría bien parafrasearse con un “Vaya, pues fíjate que yo lo encontré aquí [referencia], pero no di con la opción que tú me planteas, ¿me podrías decir dónde has encontrado esa información, para no volver a cometer ese error en el futuro?”.
Y así todo. Las primeras impresiones son muy importantes, no solo porque no hay una segunda oportunidad, sino porque en nuestro trabajo no hay interacción cara a cara. Por eso, es importante cuidar tanto el tono como el contenido de nuestros primeros mensajes. De ello depende la impresión que se llevará la otra persona. He compartido mi experiencia como revisora, pero soy consciente de que, nada más graduarme (e incluso durante la carrera), las prisas, el afán por ahorrar tiempo (el mío y el de la otra persona) y mis intentos por sonar segura (aun sin estarlo), me hicieron adoptar este tono en más de una ocasión al recibir una revisión. O, sin ir más lejos, nada más empezar como traductora autónoma, más de una vez he dado pie a un hilo de mensajes más largo de lo necesario por no leerme bien las indicaciones del (¡nuevo!) cliente. Desde aquí aprovecho para agradecer a todos los que han tenido paciencia conmigo en mis inicios (y no tan inicios) y animar a quienes están en sus inicios a no ser tan impacientes.
Hola, Merche:
Me encanta ver este tipo de vivencias en una entrada de blog. Yo mismo he pasado por eso y sin ir más lejos, en mi último trabajo, tuve la sensación de haber tarifado demasiado bajo. En ningún momento fui con la excusa de que me había confundido de tarifa y que tenía que cobrar más. Caí en la “trampa” del cliente, que me instó a decir delante de él (era un contacto personal y nuevo además) lo que le cobraría por una traducción inversa ES-EN. Ya de entrada dudé en aceptar el trabajo porque el inglés no es mi lengua materna, pero como se trataba de un cliente nuevo me lancé a darle una tarifa alta por palabra. Sabía que me estaba pillando los dedos. El encargo era traducir un breve catálogo de arte escultórico, donde él, que es escultor, explica su obra. Me dije que tendría que corregirlo alguien nativo, pero ni de broma pude dar a nadie la traducción para que la revisara porque entonces, con el precio que había dado, yo no iba a ganar nada. Fue un error de negociación y marketing. Y no es que el catálogo fuera gran cosa. El texto en castellano era complicado y poco claro, con frases largas y subordinadas, y eso dificultó bastante la tarea y aumentó las horas que eché para documentarme. Para colmo, la querían al cabo de tres días. Al final conseguí una traducción más o menos buena tras muchas revisiones que hice.
A pesar de que no domina el inglés, el cliente quedó satisfecho con mi trabajo. Lo cierto es que habrá que esperar si la traducción cumple con su cometido: el receptor es una galería de arte moderno en Arabia Saudí. De todo esta experiencia he aprendido que si me vuelven a pedir un encargo similar tendré que ingeniármelas para justificar una subida de tarifa, aunque solo sea porque quiero que me revise el trabajo gente nativa. Y a partir de ahí se verá la cortesía y delicadeza en tratar este tipo de cosas.
Un saludo,
David.